Hoy me pasó algo, ni siquiera sé si es
digno de ser contado. Sólo sé que me sirvió para verme reflejada de los dos
lados del espejo, para bajar un cambio y pensar.
Iba yo, como siempre de acá para allá sin
escalas.
Llevaba a mi hijo a la psicopedagoga. La misma
atiende en la Horqueta, un barrio de nuevos ricos, casas muuuy bien puestas,
parques inmensos, colegios privados de altísimo nivel, rubias en camionetas
4x4, suficientes detalles para la introducción.
Donde yo tenía que llegar era sobre una
calle de doble mano donde no estaba permitido estacionar en ninguna de las dos
márgenes y como la cuadra es bastante larga, la única opción que tenía era
parar sobre la vereda, pero esa opción ya había sido utilizada por dos autos y
un remolque por lo que el lugar que quedaba era demasiado justo para maniobrar
sumado a la impaciencia de la fila de autos que me seguía por detrás.
Así que sin pensar demasiado avancé unos
metros y subí a la vereda de la casa lindera, dejé las balizas encendidas e
hice bajar a mi nene y lo llevé raudamente para entregarlo a la licenciada. Lo
primero que le dije era que me volvía al auto porque lo había dejado mal
estacionado y quería encontrar un lugar mejor. Pude haber tardado 4 minutos en
hacer esto último. La señora con buen tino me dijo que sí, que era conveniente
que quitara mi auto de ahí porque la vecina resultaba problemática.
Así que ligero volví al auto y me subí
cuando veo que una mujer se aproxima con el paso acelerado y gesticulando, cosa
que no me hizo dudar ni un instante que se trataba de la vecina conflictiva.
Como se dirigía hacia mí y hablaba yo
bajé mi ventanilla como corresponde para escucharla aunque ella gritaba y casi
no hacía falta el cortés gesto.
La señora de muy mal modo empezó a
quejarse de que la gente se “cagaba” en el otro, de que con mi auto le
arruinaba el pasto (inexistente por cierto) y el sistema de riego. Pensé, “que
grositud”, sistema de riego en la vereda, pero tampoco lo ví, pues si lo
hubiese visto no iba a ser tan necia de arruinarle algún artefacto que
estuviera a la vista.
La escuché sin prestar mucha atención a
lo que decía y luego le contesté con toda serenidad, que lo mejor era que se
calmara, ya que le iba a hacer mal semejante exabrupto. Que yo tenía mis
razones para haberme detenido ahí pero que estaba bien que me retiraba en
seguida, a lo que ella siguó con su iracundo discurso y amenazas de denuncias.
(¿?)
Lógicamente me retiré, me costó bastante
encontrar un lugar ya que se ve que en ese barrio la gente no estaciona en las
calles, todos tienen sus cocheras y entrada para sus visitas intuyo, pero yo
estaba ahí simplemente de paso.
Cuando encontré un lugar tranquilo con un
poco de temor a que saliera un frentista enfurecido, paré mi auto, agarré una
papeleta, una birome y le escribí.
“Estimada señora:
No nos conocemos, lamentablemente me
crucé con usted y la noté alterada en su estado de ánimo. [por no decir mental]
Me dio pena y me atrevo a decirle que esa
actitud en la vida le va a hacer mal a su salud.
Le recomiendo, y esto por experiencia
propia que se relaje. Hay motivos realmente importantes por los cuales hacerse
mala sangre.
La pobreza, la inseguridad, la injusticia
social, la enfermedad, etc, etc, etc. [que un niño extrañe a su papá a quien no
puede abrazar, no tener un mango y no saber que vas a comer mañana, que se te
muera tu hermano menor y deje un nene chiquito, el desconsuelo de una madre que
pierde a una hija adolescente…]
Utilizar la misma energía con la cual se
dispuso a agredirme sin conocer mis circunstancias para cosas productivas como
por ejemplo ayudar a los que necesitan, que son muchos por desgracia.
Que tenga linda tarde y buena vida.”
Lo que esta entre corchetes lo agregué en
este texto.
Y del reverso le reproduje el la viñeta
que publico arriba.
Regresé a buscar a mi hijo, estacioné mi
auto en el lugar donde debía al principio y le dejé la papeleta en el buzón.
Luego me fui.
Al principio dije que esta historia me
sirvió para verme reflejada de los dos lados. Muchas veces me encuentro gruñona
y amargada. En guerra con el mundo y con la gente. No me gusta esa versión mía.
Pero últimamente decidí bajar un cambio, no darle importancia a las cosas que
no la tienen. A los escollos que se pueden solucionar con dinero por ejemplo.
Porque lo más valioso y digno de cuidado es lo que no se puede comprar. El
tiempo, la salud, el amor… me puse pelotudamente sensible y cuando estaba
volviendo paré en un semáforo.
Ahí había un mendigo repartiendo
estampitas. Un tipo de treinta y tantos años. Caminaba entre los autos descalzo
y sus pies, con sus huesos todos deformados.
Manoteé de mi billetera uno de los pocos
billetes que tenía. Lloré. No pude contener las lágrimas a pesar de que lo
tenía al nene sentado atrás mío. Lloré por él, por mí, por todos los que darían todos sus bienes materiales por recuperar a quien perdieron, por arreglar lo que se rompió. Lloré, lloré y lloré hasta que llegué a casa.