Tito
el león le temía a la oscuridad. Desde chiquito, era algo más fuerte que él. Le
tenía miedo y no había vuelta que darle.
Lo
que él no sabía es que en lo oscuro hay lo mismo que en la luz, ni más ni
menos.
Que
los monstruos no existen y que si existieran saldrían corriendo de miedo,
porque Tito es un león, no nos olvidemos. Es el rey de la selva, el animal más
fuerte y poderoso.
El
caso es que al caer la noche, Tito se refugiaba entre las piedras y se cubría
con los pastizales más altos de la pradera, cerrando fuertemente los ojos y
tapando sus oídos con sus manazas para no escuchar ningún ruido que lo
atemorizara. Se quedaba así hasta entregarse al sueño rendido de cansancio.
Así
pasaba las noches Tito. Porque le tenía miedo a la oscuridad.
Pero
un buen día, o una buena noche, Tito, cansado de pasarla mal, decidió ponerle
garra y darle fin a este problema.
Fue
entonces cuando esa noche se propuso no cerrar los ojos ni taparse los oídos.
Y
grande fue su sorpresa. No encontró monstruos ni fantasmas sino todo lo
contrario.
Un
cielo azul oscuro salpicado de miles de millones de estrellas que se reflejaban
chispeantes en sus hermosos ojos color miel.
Luego
de un largo bostezo y con el corazón lleno de alegría se durmió en paz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario