martes, 12 de diciembre de 2017

Mientras me tomo una sopa.

Un publicista drogón (no se por qué siempre pienso que los publicistas
se drogan) una vez se le dio por inventar el prototipo de la
felicidad e invento una publicidad de sopa. En esa propaganda
hay una familia sentada a la mesa. Familia tipo, matrimonio joven,
dos niños, nena y varón preferiblemente, un golden retriever, perro
de familia felíz por excelencia. Una mesa rebosante de alimentos sanos, mucha verdura.
La cálida luz del sol que entra por un ventanal donde se puede
ver un hermoso parque con árboles.
Mi versión de la felicidad, si se puede llamar así es: mujer madura
sola con dos niños, nena y varón también y un hámster, sentados a
una mesa semicircular en un living pequeño y oscuro. Toman sopa
de puntos. Porque no es de letras sino de puntos compuesta de puntos
seguidos, suspensivos, apartes, dos puntos, diéresis y puntos de
las íes. Con queso rallado y trocitos de queso fresco derretido. Se
cuentan lo mejor y lo peor del día.
Más tarde, cuando los niños ya duermen, se ve a la madre armando
algo. Como si fuese un rompecabezas. Con los pedazos rotos
de viejos momentos felices, una nueva felicidad, recauchutada, pero
nueva al fin.

La felicidad jaja jaja…

lunes, 4 de diciembre de 2017

Postales

Postales mentales de mi infancia. El viaje a Chapadmalal con el Citroen 3cv
de mi mamá, que se quedaba cada 50 km. Las tardes de juego en el ombú
de Laprida, hoy entreno en ese lugar que no cambió nada. Los veranos en
Castelar en la casa de mi abuelo con su inmensa pileta con trampolín y la
casa en el árbol. Los mediodías en lo de mi abuela y los alfajores Jorgito que
ella me regalaba. La parra en el patio, el cardenal, pisar las uvas para hacer el
vino. Mi mamá que trabajaba en Canal 9 y nos llevaba a ver las grabaciones
de los programas de Calculín y las telenovelas. Mi perra Pancha que tuvo 8
cachorros. Las noches frías pescando con mi mamá y su mediomundo en el
muelle de La Lucila. La zía Bruna, que era tan bajita, que en la pared donde
marcábamos la estatura, marcábamos la de ella a la altura del zócalo. Las
navidades con un Papá Noel vestido de poncho salteño y todos los chiquitos
llorando de miedo bajo la mesa. Las “excursiones” con mi abuelo
y su perro Lobo por los terraplenes del FC Belgrano (que llamábamos “El
caminito de las víboras”) en busca de tesoros desechados. La calesita de
Maipú y Roca. Las mesas de los domingos largas y llenas de caras conocidas
y desconocidas, los fideos aceitosos, las discusiones sobre política y
religión que terminaban a los gritos pelados. Las cáscaras de nuez. Mi abuelo
que hacía como que se comía las hormigas. Esas noches de verano que
salíamos a cazar luciérnagas que mágicamente se convertían en dinero si
las dejábamos dentro de un vaso boca abajo. La campana que nos llamaba
a comer obligándonos a salir del agua. Ponerse la remera para la mesa era
obligación. Robarse el pan a la tarde y que nos retaran porque no alcanzaba
a la noche. Y tantas pero tantas más que me hacen sentir que con tan poco

lo tuve todo. Todo.

Carlota, Plastilina y otras cosas más

  Hola a todos!. Hace mil que no muevo esta página y no por que no haya hecho nada durante todo este tiempo. Hoy les quiero contar que en mi...