jueves, 12 de julio de 2018

Un sueño en cuadrillé


Mirarlos  en el patio del colegio cambiando figuritas del álbum del mundial…
Mi hijo Oliver Vladko (Vladko es el segundo nombre de mi hijo menor que es diminutivo de Vladimir y significa “rige con grandeza” también “rige en paz”).
Mi hijo Oliver Vladko, como decía más arriba en medio de la reunión de niños que intercambian retratos, banderas y estadios es un confeso anti fan del fútbol, sin embargo, quién puede resistirse a ese fenómeno social que generó una fiebre justificadamente consumista que afectó tanto a los chicos como a los padres.
Y no lo digo como crítica porque si de algo sirvió (además de fundirnos los bolsillos) fue para fomentar un interés común en algo que aunque sea efímero sirve de un modo u otro para aprender sobre países, historias, y por que no, valores como la paciencia y la solidaridad.
Este es el primer mundial donde los chicos de 8 años tienen conciencia y pueden albergar recuerdos de emociones y tristezas. Este año armamos un fixture donde anotamos los resultados de los encuentros tratando de que se despierte un mínimo interés en mi hijo anti fútbol.
Tuvimos desilusión de dejar atrás a Argentina de forma prematura y la bendición de ver a nuestra querida Croacia llegar tan lejos. Si le preguntás hoy a un chico, qué sabe de la vida, es muy probable que te diga que es el defensor de Croacia que metió el gol contra Rusia.
Ayer al volver de un trámite, me abrieron la puerta mis cachorros exultantes de alegría a la vez que al unísono me contaban que faltaban 5 minutos para que Croacia le ganara a Inglaterra para pasar a finales de la copa del mundo.
Croacia, nuestra querida Croacia. Y es que mis niños para quien lo ignora, nacieron con derecho a la ciudadanía balcánica a través de su padre y gracias a su abuelo Dubravko, que vino desde Zagreb hacia finales de los ’40 con su madre y sus dos hermanos a encontrarse con su padre quien había abierto un camino de duro trabajo aquí en un país tan lejano pero muy parecido por la calidad de su gente.
Y así fue como Úrsula Vinka y Oliver Vladko heredaron no sólo el adn de su sangre y un papel que los hace mitad croatas, sino un cúmulo de tradiciones, una mochila de historia que viene de un país que luchó para salir no hace tanto tiempo del yugo hacia la libertad.
Y ellos tienen la fortuna de atesorar las anécdotas de la infancia de su dida Duky, de inviernos nevados, de hambrunas de guerra, y también las recetas de la bisabuela, la dobos torta, los cevapcici, la kremsnite, las galletas navideñas de miel y jengibre de la tía, los huevos pintados con la abuela para pascua, la leyenda de Sveti Nikola y el Krampus, las canciones que se cantaron en todas las reuniones familiares (algunas me las aprendí por fonética sin saber una palabra de lo que decían), los chistes del tío y la complicidad de todos para no reirnos y tantos, tantos tesoros invaluables de esos que se guardan en el corazón.
Y aunque quien les habla tiene la sangre tana por donde se la busquen su sueño en cuadrillé rojiblanco se desvela por esos dos pequeños energúmenos que le abren la puerta felices por el resultado de un partido. Dos pequeños luchadores, como esos once croatas que corren tras el balón.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir en forma de anécdotas tan atesorados Recuerdos...y que inmenso mundo interior alberga cada alma, cual inigualable tesoro es bellísimo descubrirlo
    Oliver Vladko Croata argentino salud!!!

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  2. Gracias x día a día pintar tan bien cada cuadradito del cuadrille de la vida y por forjar el carácter de dos grandes luchadores, que no serían lo que son sin vos

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