martes, 30 de mayo de 2017

El Gato Papa Frita, Chapter 20


Soy el gato Papa Frita y soy de River por tradición. Mi padre es de River y mi abuelo es de River. No me importa si gana o pierde River. No me importa si tiene más o menos copas. No me importa si estuvo en la B. No me importa si me falta uno para llegar a la mitad. Una vez fui a la cancha y me saqué una foto. No me importa nada porque soy el gato Papa Frita y soy de River.

El Gato Papa Frita, Chapter 19

Permiso Roberto Carlos:

🎼🎵🎶

El gato que esta en nuestro cielo

no va a volver a casa si no estás…

no sabes mí amor que noche bella,

tengo sed pasame esa botella.

El gato que esta triste y azul

nunca se olvida que fuiste mía,

si me convidas esa Papa Frita

Yo te doy la Coca Cola fría!"

🎶🎵

El Gato Papa Frita, Chapter 18


Hablando de comida. Qué hambre que me dio!! Saben cuál es mi deporte favorito? La equitación! Y es obvio que donde mejor estamos las Papas Fritas es a caballo. Papas fritas a caballo! Es un chiste vale reirse. A propósito, soy el gato Papa Frita.

El Gato Papa Frita, Chapter 17

Hola, soy yo, el gato Papa Frita otra vez. Ustedes sabían que hay un perro Batata? La gente le dice “batata” al Basset Hound un perro chiquito, pesado, lento con unas orejas enormes que parecen milanesas. Milanesas con batata. Salchicha con puré. Eso sí. Asado con Papa Frita, o sea conmigo. El Gato Papa Frita.

viernes, 12 de mayo de 2017

El pequeño rey.

Erase una vez un rey pequeño de un pequeño reino, cerrado entre grandes muros y torres altas.
Un rey de un reino de gente pequeña, con casas pequeñas, con pequeños jardines donde crecían árboles enanos. 
El rey confinado en su pequeño castillo reinaba temeroso de cualquier invasión de ejércitos lejanos, poderosos soldados de portes imponentes y sombras gigantescas.
Tan sumido a sus temores vivía el pequeño rey que se olvidó de reinar, se ocultó en una torre, y dejó que simplemente el tiempo se le pasara esperando el ataque de las temidas tropas enemigas. Y así transcurrió sus días, confinado y en soledad.
Crecieron las hiedras y cubrieron la torre. Las arañas tejieron tan laboriosamente que sellaron las ventanas con firmeza.
Los habitantes del pueblo poco a poco fueron dejando sus hogares, emigrando hacia lugares más prósperos ya que su país abandonado y colmado de tristeza, dejo de ser un buen lugar para vivir.
Y así pasaron los años y el pequeño rey en la torre ya viejo, encanecido y cansado, se puso de pie al amanecer atraído por la luz tenue que penetraba por las hendijas de las viejas celosías de madera de la torre entre las hiedras. Haciendo un gran esfuerzo con el poco vigor que le concedía su edad, logró empujarlas para alcanzar a ver algo, no se sabe exactamente qué, que lo hizo cambiar.
Fue así que sin llevar absolutamente nada consigo, descendió las escaleras pausadamente y abandonó la torre. Atravesó las calles desiertas de su reino. Las pequeñas casas de pequeños jardines con árboles enanos. Las fuentes de las plazas secas. Los nidos de los pájaros vacíos. Y un gran silencio.
Al llegar al confín, donde se alzaba el alto muro, se encontró con el portal totalmente abierto. Y no tuvo miedo, lo atravesó.
Y grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que dentro de aquella torre algo le había sucedido. Y ahora allá afuera él era un rey GRANDE. Que las casas eran grandes, los árboles enormes, la brisa fresca, las casas amplias, los jardines interminables, los amaneceres indescriptiblemente bellos.
Los atardeceres….


Dedicado al pequeño Napoleón. Emperador de su pequeña jaulita, rey del rinconcito oscuro de nuestros corazones.

martes, 2 de mayo de 2017

Erase una vez un guardavidas


Aturdido por el estruendo de un rayo en el horizonte y siendo solo un niño parado en la playa, alcanzó a ver un viejo bote pescador sacudido por las olas furiosas de un mar embravecido. No se sabe a ciencia cierta si esa escena fue el motivo, pero el mismo muchacho, años después con sus pies sobre la misma arena ocupaba el sillón de guardavidas. Pasaron muchos años, décadas, en la costa miden el tiempo en temporadas. 99 temporadas para mayor exactitud. El guardavidas seguía allí con su mirada hacia el horizonte. Nadie podía notar que él era el único ser que había persistido en el tiempo. Generaciones de bañistas habían visitado esas playas durante largos veranos una y otra vez. Había visto formarse parejas, familias, crecer niños, esos niños tener hijos y nietos y siempre regresar año a año bajo el mismo viejo sol de verano. Y el guardavidas permanecía ahí casi sin percibir en su piel dorada el paso del tiempo. Como si diez años fueran uno, las arrugas, las canas, la decrepitud parecía avanzar a un ritmo tan lento que parecía estar inmóvil. Muchos bañistas habían sido rescatados por sus brazos y sus piernas ágiles en tanto tiempo transcurrido. Muchas vidas había salvado el guardavidas. Muchas vidas guardadas. Y es que de cada persona que el guardavidas salvaba de las corrientes y las olas bravas, decíase que volvían a nacer a una nueva oportunidad de vida. Y eso era tan así, que el guardavidas tomaba los años anteriores a ese nuevo renacer, como quien recoge y colecciona parte de las almas de los rescatados, y los colocaba en pequeñas gavetas que tenía en un armario de su casilla playera de guardavidas, un armario de metal herrumbrado por el salitre, con una cerradura fuerte, cuya combinación él solo conocía. Y que según se dice, había sido susurrada por el viento a su oído de niño esa tarde de tormenta gris justo al momento de resonar el trueno. Era un mediodía de fin de enero cuando el viento viró su sentido del norte hacia el oeste y fue así que unas gruesas nubes comenzaron a dibujarse a la distancia. –Parece que pronosticaron lluvia… -decía una señora mayor a su esposo mientras cuidaban de sus nietos que jugaban despreocupados en la arena. El guardavidas, apoyado en la baranda del mangrullo parecía no escuchar, atento al movimiento de personas que se zambullían en el mar más allá de la primera rompiente. -Hoy es el día, pensaba. -Hoy es el día. Mientras el viento que cambiaba de cálido a frío y húmedo movía su cabellera blanca y se filtraba por las hebras de su barba. Y el celeste cielo mutaba a un plateado oscuro que parecía borrar el horizonte y confundir el firmamento con el agua. Un movimiento extraño a la distancia lo hizo incorporar repentinamente. Un hombre que braceaba hacia la costa sin poder avanzar daba señales de agotamiento levantando su mano cada tanto en señal de pedir socorro. Sin vacilar con el torpedo en mano salió corriendo al máximo que le daban sus piernas al mismo tiempo que una llovizna muy fina comenzaba a rociar su piel antes que sus pies tocaran el agua. Al avanzar unos cuantos metros dando largos trancos sobre el agua pudo darse cuenta que se trataba de un hombre de edad. Su cabello y barba canosos a penas se despegaban de la espesa espuma de las olas. Y el guardavidas dejando toda su energía vital se sumergió de un salto dentro de una cresta alta con sus brazos al frente formando una punta de flecha como queriendo herir de muerte a la masa de agua que amenazaba ya furiosa bajo una intensa lluvia torrencial, para encontrarse... consigo mismo. Dicen que se oyó un trueno. Que una luz cegadora iluminó las negras nubes. El caso es que no había a quien rescatar. Y que tampoco había ya quien rescate. Allá en la playa, parado en la arena un niño observaba. Un niño que quién sabe que escuchó del viento cuando ese trueno retumbó. Pero que luego de hacerlo, giró, subió hasta la casilla del guardavidas, desentrañando la combinación de la cerradura del viejo armario lo abrió. Cuentan que puso algo en la última gaveta libre, algo en la número 100. No se supo nada más del niño. Nada más del guardavidas. Pero dicen que cuando alguien te salva de una situación límite, es tu segunda oportunidad de volver a vivir.

Oliverio y la sombra

Oliverio es un hombre como cualquiera. Es casi normal salvo por una cosa. Su sombra. De pequeño, a la edad de 4 años, Oliverio descubrió que su sombra era la de un anciano de unos 75 años. Como pasaba muchas horas solo, mientras sus padres estudiaban intensamente para terminar sus carreras, Oliverio se recostaba y mirando la pared, escuchaba atentamente las increíbles historias que su sombra de abuelo le relataba. Cuando tenía 12 años, Oliverio quedaba en soledad mientras sus padres trabajaban, pero él aprovechaba para compartir esos momentos con su sombra, que en ese momento parecía ser tener la madurez de unos 50 años, y quien le enseñó a jugar ajedrez de manera que el muchacho se hizo muy hábil en ese juego. A la edad de 23 años, sus padres salían con frecuencia en viajes de negocios. Por eso Oliverio se lo pasaba conversando con su sombra que en ese momento dibujaba la figura erguida y fuerte de un hombre de 38 años. Mantenían interesantes conversaciones en francés, lengua que la sombra dominaba con notable fluidez. Ya en la edad adulta cerca de los 38 años, Oliverio aprovechaba las horas que su esposa dedicaba a las tareas del hogar para realizar junto con su sombra de joviales 20 años, extensos y llamativos murales en graffiti. Transcurrió con calma el tiempo y este hombre con ya 50 años de edad, proyectaba una sombra de un muchachito de 12 , con quien en las quietas tardes de siesta se entretenían jugando partidos de pin pong. A los 75 años Oliverio quedó viudo, las horas se le hubiesen hecho interminables, monótonas y tristes de no haber sido por su sombra. La misma sombra de siempre pero con la silueta de un niñito de 4 años quien le endulzaba las mañanas y las tardes jugando… a las bolitas.

Pensamiento en La Menor


Banco a los hermanos menores. No es por que yo lo sea, que lo soy… bueno, un poco sí. Los banco porque llegan a este mundo en el segundo llamado, habiendo quedado en lista de espera por un tiempo. Llegan por accidente o buscados para ser "el hermanito de" o porque buscan la nena luego del varón y viceversa. Por ser el segundo y reciben el saldo de la atención. Nunca llegan a ser primicia, nunca novedad por lo que su esfuerzo por destacarse vale el doble. No causan el mismo impacto sus primeras veces en todo lo que logran y no conocen otra cosa que no sea compartir. Muchas veces solo acompañan, solo esperan. Observan. Ojo, no digo esto como algo negativo. Los hermanos menores nos exigimos ser algo diferente. Ni mejor ni peor. Diferente y ese es nuestro desafío personal a la hora de encontrar nuestro lugar. Queremos a nuestros hermanos mayores. Los respetamos y admiramos, pero allá vamos haciendo nuestro propio camino. Buscándole la vuelta, abriéndonos paso.

Carlota, Plastilina y otras cosas más

  Hola a todos!. Hace mil que no muevo esta página y no por que no haya hecho nada durante todo este tiempo. Hoy les quiero contar que en mi...