martes, 2 de mayo de 2017

Erase una vez un guardavidas


Aturdido por el estruendo de un rayo en el horizonte y siendo solo un niño parado en la playa, alcanzó a ver un viejo bote pescador sacudido por las olas furiosas de un mar embravecido. No se sabe a ciencia cierta si esa escena fue el motivo, pero el mismo muchacho, años después con sus pies sobre la misma arena ocupaba el sillón de guardavidas. Pasaron muchos años, décadas, en la costa miden el tiempo en temporadas. 99 temporadas para mayor exactitud. El guardavidas seguía allí con su mirada hacia el horizonte. Nadie podía notar que él era el único ser que había persistido en el tiempo. Generaciones de bañistas habían visitado esas playas durante largos veranos una y otra vez. Había visto formarse parejas, familias, crecer niños, esos niños tener hijos y nietos y siempre regresar año a año bajo el mismo viejo sol de verano. Y el guardavidas permanecía ahí casi sin percibir en su piel dorada el paso del tiempo. Como si diez años fueran uno, las arrugas, las canas, la decrepitud parecía avanzar a un ritmo tan lento que parecía estar inmóvil. Muchos bañistas habían sido rescatados por sus brazos y sus piernas ágiles en tanto tiempo transcurrido. Muchas vidas había salvado el guardavidas. Muchas vidas guardadas. Y es que de cada persona que el guardavidas salvaba de las corrientes y las olas bravas, decíase que volvían a nacer a una nueva oportunidad de vida. Y eso era tan así, que el guardavidas tomaba los años anteriores a ese nuevo renacer, como quien recoge y colecciona parte de las almas de los rescatados, y los colocaba en pequeñas gavetas que tenía en un armario de su casilla playera de guardavidas, un armario de metal herrumbrado por el salitre, con una cerradura fuerte, cuya combinación él solo conocía. Y que según se dice, había sido susurrada por el viento a su oído de niño esa tarde de tormenta gris justo al momento de resonar el trueno. Era un mediodía de fin de enero cuando el viento viró su sentido del norte hacia el oeste y fue así que unas gruesas nubes comenzaron a dibujarse a la distancia. –Parece que pronosticaron lluvia… -decía una señora mayor a su esposo mientras cuidaban de sus nietos que jugaban despreocupados en la arena. El guardavidas, apoyado en la baranda del mangrullo parecía no escuchar, atento al movimiento de personas que se zambullían en el mar más allá de la primera rompiente. -Hoy es el día, pensaba. -Hoy es el día. Mientras el viento que cambiaba de cálido a frío y húmedo movía su cabellera blanca y se filtraba por las hebras de su barba. Y el celeste cielo mutaba a un plateado oscuro que parecía borrar el horizonte y confundir el firmamento con el agua. Un movimiento extraño a la distancia lo hizo incorporar repentinamente. Un hombre que braceaba hacia la costa sin poder avanzar daba señales de agotamiento levantando su mano cada tanto en señal de pedir socorro. Sin vacilar con el torpedo en mano salió corriendo al máximo que le daban sus piernas al mismo tiempo que una llovizna muy fina comenzaba a rociar su piel antes que sus pies tocaran el agua. Al avanzar unos cuantos metros dando largos trancos sobre el agua pudo darse cuenta que se trataba de un hombre de edad. Su cabello y barba canosos a penas se despegaban de la espesa espuma de las olas. Y el guardavidas dejando toda su energía vital se sumergió de un salto dentro de una cresta alta con sus brazos al frente formando una punta de flecha como queriendo herir de muerte a la masa de agua que amenazaba ya furiosa bajo una intensa lluvia torrencial, para encontrarse... consigo mismo. Dicen que se oyó un trueno. Que una luz cegadora iluminó las negras nubes. El caso es que no había a quien rescatar. Y que tampoco había ya quien rescate. Allá en la playa, parado en la arena un niño observaba. Un niño que quién sabe que escuchó del viento cuando ese trueno retumbó. Pero que luego de hacerlo, giró, subió hasta la casilla del guardavidas, desentrañando la combinación de la cerradura del viejo armario lo abrió. Cuentan que puso algo en la última gaveta libre, algo en la número 100. No se supo nada más del niño. Nada más del guardavidas. Pero dicen que cuando alguien te salva de una situación límite, es tu segunda oportunidad de volver a vivir.

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