viernes, 12 de mayo de 2017

El pequeño rey.

Erase una vez un rey pequeño de un pequeño reino, cerrado entre grandes muros y torres altas.
Un rey de un reino de gente pequeña, con casas pequeñas, con pequeños jardines donde crecían árboles enanos. 
El rey confinado en su pequeño castillo reinaba temeroso de cualquier invasión de ejércitos lejanos, poderosos soldados de portes imponentes y sombras gigantescas.
Tan sumido a sus temores vivía el pequeño rey que se olvidó de reinar, se ocultó en una torre, y dejó que simplemente el tiempo se le pasara esperando el ataque de las temidas tropas enemigas. Y así transcurrió sus días, confinado y en soledad.
Crecieron las hiedras y cubrieron la torre. Las arañas tejieron tan laboriosamente que sellaron las ventanas con firmeza.
Los habitantes del pueblo poco a poco fueron dejando sus hogares, emigrando hacia lugares más prósperos ya que su país abandonado y colmado de tristeza, dejo de ser un buen lugar para vivir.
Y así pasaron los años y el pequeño rey en la torre ya viejo, encanecido y cansado, se puso de pie al amanecer atraído por la luz tenue que penetraba por las hendijas de las viejas celosías de madera de la torre entre las hiedras. Haciendo un gran esfuerzo con el poco vigor que le concedía su edad, logró empujarlas para alcanzar a ver algo, no se sabe exactamente qué, que lo hizo cambiar.
Fue así que sin llevar absolutamente nada consigo, descendió las escaleras pausadamente y abandonó la torre. Atravesó las calles desiertas de su reino. Las pequeñas casas de pequeños jardines con árboles enanos. Las fuentes de las plazas secas. Los nidos de los pájaros vacíos. Y un gran silencio.
Al llegar al confín, donde se alzaba el alto muro, se encontró con el portal totalmente abierto. Y no tuvo miedo, lo atravesó.
Y grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que dentro de aquella torre algo le había sucedido. Y ahora allá afuera él era un rey GRANDE. Que las casas eran grandes, los árboles enormes, la brisa fresca, las casas amplias, los jardines interminables, los amaneceres indescriptiblemente bellos.
Los atardeceres….


Dedicado al pequeño Napoleón. Emperador de su pequeña jaulita, rey del rinconcito oscuro de nuestros corazones.

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