martes, 2 de mayo de 2017
Oliverio y la sombra
Oliverio es un hombre como cualquiera. Es casi normal salvo por una cosa. Su sombra. De pequeño, a la edad de 4 años, Oliverio descubrió que su sombra era la de un anciano de unos 75 años. Como pasaba muchas horas solo, mientras sus padres estudiaban intensamente para terminar sus carreras, Oliverio se recostaba y mirando la pared, escuchaba atentamente las increíbles historias que su sombra de abuelo le relataba. Cuando tenía 12 años, Oliverio quedaba en soledad mientras sus padres trabajaban, pero él aprovechaba para compartir esos momentos con su sombra, que en ese momento parecía ser tener la madurez de unos 50 años, y quien le enseñó a jugar ajedrez de manera que el muchacho se hizo muy hábil en ese juego. A la edad de 23 años, sus padres salían con frecuencia en viajes de negocios. Por eso Oliverio se lo pasaba conversando con su sombra que en ese momento dibujaba la figura erguida y fuerte de un hombre de 38 años. Mantenían interesantes conversaciones en francés, lengua que la sombra dominaba con notable fluidez. Ya en la edad adulta cerca de los 38 años, Oliverio aprovechaba las horas que su esposa dedicaba a las tareas del hogar para realizar junto con su sombra de joviales 20 años, extensos y llamativos murales en graffiti. Transcurrió con calma el tiempo y este hombre con ya 50 años de edad, proyectaba una sombra de un muchachito de 12 , con quien en las quietas tardes de siesta se entretenían jugando partidos de pin pong. A los 75 años Oliverio quedó viudo, las horas se le hubiesen hecho interminables, monótonas y tristes de no haber sido por su sombra. La misma sombra de siempre pero con la silueta de un niñito de 4 años quien le endulzaba las mañanas y las tardes jugando… a las bolitas.
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