A todas nos emocionan las obras de arte y/o artesanías hechas por las manos de nuestros vástagos. Inocentes palotes, artefactos engrudados, huellas dactilares de colores, fideos, masa, piedras…
Cuando el regalo es un objeto material de esos que se compran en tiendas, es un tema un poco más complicado.
Personalmente soy de las que recibe con afecto cualquier tipo de presente y no se fija el valor o la marca de la tienda donde fue comprado. Pero sí tengo que aceptar que me importa y mucho la intención y el mensaje que recibo con el regalo.
Recuerdo por ejemplo algún cumpleaños habiendo sido recientemente madre, y aclaro que fui de esas madres que se cuidó poco durante el embarazo y por eso ganó unos cuantos kilos… decía que recuerdo haber recibido ese año algo así como media docena de pañuelos, chalinas y bufandas, hecho que interpreté como “Gorrrda, abrígate bien ese cuello porque el cuerpo regordete no hay frazada de dos plazas que te lo cubra.”
Recuerdo también, y no solo recuerdo sino que lo cuento siempre que me viene a la memoria, haber recibido para mi cumpleaños número 40 (número redondo que para la mayoría es un hito importante) nada menos que, un piyama. Sí, no uno de lingerie sexy de satén con encaje sino uno de algodón puro, color gris, uno que todavía uso esas noches de invierno porque sé que nadie, NADIE se va a atrever a retirarme para ponerme un dedo encima. Recuerdo en otra ocasión haber recibido un chaleco de polar negro con corte de hombre que me hizo suponer que quien me lo compraba pasó por un perchero, vio que el precio le cerraba y salió del local a los 5 minutos de haber entrado. En fin, con el tiempo confirmé que poco le importaba yo a esa persona…
A lo que quiero ir en realidad, no es al valor monetario de los regalos, porque con las ideas que expreso tal vez se pueda interpretar que estoy calificando a cada regalo que he recibido, si no a la dedicación y la intención que uno pone al regalar.
No digo que siempre lo haga, pero cuando hago un presente me gusta pensar en los gustos de las personas, su música, su lectura, los colores que suele vestir, no se, encontrar algo personal, y por ahí el regalo termina siendo sólo un dibujo, pero pensando muy bien en el que lo recibe.
Como sé que se acerca el día de la madre y sé que no son mis hijos los que se ocupan del regalo material, siempre hay alguien que generosamente lo hace por ellos, más allá de lo que a ellos mismos se les puede ocurrir darme que lo atesoro en lo más profundo de mi corazón, igual escribí esta lista de sugerencias que son muy fáciles de realizar. Bueno, no sé si tan fáciles:
No quiero pilchas.
No quiero ir a un restaurant.
No quiero el desayuno en la cama.
No quiero flores.
No quiero spa.
Quiero despertarme por iniciativa propia cuando no quiera dormir más.
Quiero levantarme de la cama cuando se me antoje.
Quiero que por un día no me digan “mamá comprame”.
Quiero no escuchar peleas.
Quiero no tener que repetir ninguna frase excepto “te quiero”.
Quiero no tener que llevar ni traer a nadie de ningún lado.
Quiero no tener que hacer nada por y para nadie.
Quiero estar como, donde y con quien quiera sin dar explicaciones.
Quiero no sentir culpa.
Quiero no extrañar.
Quiero faltar de donde no quiero estar.
Quiero sentirme contenida y no desbordada.
Quiero que me llenen de besos abrazos y mimos.
Quiero que estos deseos se cumplan por al menos un día.
Y luego volver a ser la madre regular y descontrolada que suelo ser.
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