viernes, 20 de octubre de 2017

Un manicomio.

Hace días que me levanto a la mañana con ganas de que ya sea la noche para irme a dormir. Y no porque esté cansada, bueno, sí lo estoy y mucho. Sino más bien porque quisiera dar un salto esquivando los quilombos (no encuentro un sinónimo más fino) de la agenda del día y refugiarme bajo las sábanas donde sé que nada malo puede pasar.

La vengo cagando fiero hace un par de semanas. Por descuidada, por confiada, por no saber decir que no… Y el resultado es que me quiero bajar de todos lados, pelearme con medio mundo y salir de donde me molesta estar y por qué no, escaparme muy lejos.

Pero al final me encuentro aquí confinada en las cuatro paredes de mi casa, con los dos nenes enfermos, mirando como duermen y crecen mientras sanan y pensando que todo va a pasar, este mal momento y también esta hermosa infancia. Rápido, muy rápido. Para lo que hoy me parece insostenible siempre surge la fuerza interior y salimos a flote, aunque a veces me cueste la salud física y mental.

No puedo evitar sofocarme. No puedo evitar llorar mil veces al día ante cualquier cursilería que se me cruza. No puedo evitar putear por las presiones del trabajo y porque la guita no me alcanza.

No puedo evitar sentir culpa, impotencia y miedo.

Pero tampoco puedo evitar reírme con las bromas de mis amigos del grupo de whatsapp sin quienes mi vida sería un toque más gris. Y con eso me doy cuenta que mi cuerpo pide a gritos un espacio personal. Egoísta. Placentero.

Hoy una amiga me dice: “Necesitás una mano?” Más que una mano necesito un Mani. Un Mani-comio.

Buenas noches.

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