viernes, 6 de abril de 2018

Tres irresponsables y dos menores

Parece que es el ultimo día que va a hacer calor de este verano versión extendida que ya nos empieza a cansar de tanto sofocón. Dicen que mañana descompone.

Las condiciones están dadas para una juntada al aire libre y una cena de mitad de semana, improvisada cosa que se propone a un grupo de whatsapp a ver si alguien acusa recibo.

Nos juntamos tres irresponsables en una vieja y sucia pizzeria de una ruidosa avenida suburbana. Tres irresponsables y dos menores inocentes nos sentamos a la mesa de fórmica de aquél mítico recinto proveedor de pizzas de mi tardía adolescencia, cuando desfalleciente de hambre me llevaba una grasientísima porción de fugazzetta rellena y la iba devorando mientras caminaba por Yrigoyen las 5 cuadras que me faltaban para llegar a casa de la facu o del trabajo.

Pedimos la pizza grande de jamón y morrones, fainá y obvio una de esas irresistibles megaporciones arriba mencionadas, obviamente hidratadas por dos litros de stella rubia, cantidad que hoy no me alarma dado el evidente desarrollo de mi “cultura” alcohólica.

El aceite del queso se torna sólido en nuestros estómagos al tomar contacto con la cerveza fría, pero no se fusionan por la contextura de cada componente por lo que hará que nuestra digestión sea larga y pesada. Pero no nos importa porque la charla es amena, la risa es dulce y los párpados del más chiquito se ponen pesados al mismo tiempo que acurruca su cabecita en el regazo de su mamá, o sea yo, para empezar a sacarnos ventaja en el descanso del día.

Con la panza llena y el corazón contento nos despedimos para volver cada uno a su casa.

La charla con mi hija mayor a partir de eso no tiene desperdicio. O al menos no para mí. No podría decir lo mismo de mi hijo, que se mantiene en silencio por la soñolencia, de lo contrario no podría mantener una conversación más profunda que los 5 cm que mide su agenda de intereses. Personajes de ficción animados o de película, juguetes o ambas cosas combinadas.

Con ella en cambio me doy el gusto de preguntarle la misma pregunta de siempre, porque siempre le hago la misma: Lo pasaste bien…? Sabiendo que obviamente la respuesta es un sí, si no, no preguntaría.

Luego de afirmar lo que ya sabía, me dice que ella realmente aprecia a mis amigos, que además los quiere como si fueran los de ella. Y me empieza a nombrar uno por uno, los de su preferencia, los especiales, los que no vemos tan seguido, de cada uno de ellos me puede brindar una palabra alentadora que me hace confirmar por qué ellos son mis amigos y por qué ella se siente tan parte del grupo como si fuera una más.

Los menores nos observan, sin que nos demos cuenta. Y nos enseñan a ver.

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