A la mañana ya no pongo las noticias, ni
siquiera pongo música. Permanezco en silencio con los sonidos del ambiente que se cuelan por los muros. Autos que pasan,
obra en construcción, vecino que corta el pasto. Cada uno en su rutina desde
temprano. Este frío de agosto, cuando se disipará… El perro duerme hecho un
ovillito entre mis piernas y el calefactor. Y yo aprovecho esos minutos de
tensa calma antes de empezar con mi trabajo.
Soy una especialista en Slalom, eso es lo
que soy. Todos lo somos. Imagino una montaña nevada, muy empinada, repleta de
escollos. Piedras, árboles y troncos.
A las 7.30 de la mañana asomo por primera
vez mi naríz al frío y enfrento un nuevo día. Y como un esquiador clavo mi
bastón con firmeza en la nieve para darme impulso y dejarme llevar por el
declive de la montaña.
Cada día me despierto pensando: estoy
cansada… Vivimos para comer, trabajamos para pagar cuentas… No es así como
deberían ser las cosas.
La pendiente se empieza a hacer aguda
cuando abro mi casilla de mails mientras me tomo un café con leche y
edulcorante. Pedidos, favores, vencimientos, lo de siempre… “maldito deadline”
pienso, mientras contesto el primer llamado laboral de la mañana.
No tarda en presentarse el primer
obstáculo, con un movimiento brusco y reflejos despiertos lo esquivo sin mayor
dificultad.
Otros esquiadores van pasando a mi lado,
no estoy sola, somos muchos los que gracias a la cintura bajamos en zigzag
esquivando los conflictos del día. Y no son pocos los problemas que se
presentan, pero estamos acostumbrados, porque, qué somos? Especialistas en
slalom.
Allá abajo, muy lejos por ser esta hora
del día, se ven luces. La base de la montaña. Ahí donde me espera el calor de
mi refugio. Mis afectos, mis olores y sabores… Ahí abajo, parece distante pero
la velocidad hace que la distancia se acorte en poco tiempo. Debe ser alguna
regla de la física, pienso. Y mientras pienso me distraigo. Es una fracción de
segundo. Oigo la voz de un esquiador que
me dice: Cuidado con ese árbol!
Qué ar…?