Como siempre salgo tarde a la mañana. No es culpa de los chicos que no se levantan cuando les digo, que no se visten cuando les digo, que no toman la leche cuando les digo, que no se lavan los dientes cuando les digo.
Es culpa mía que cuando suena el despertador lo apago y lo dejo sonar dos veces más. Que antes de levantarme chequeo el whatsapp, el facebook y el instagram. Que no me levanto, no me visto, no tomo la leche ni me lavo los dientes cuando me digo…
Y por eso todos los días salimos a los tumbos, a los gritos y a los santos pedos al colegio. Nos subimos al auto a la hora que hay que estar allá y ni hablar de si nos pasa lo que nos pasó hoy.
Insólito.
Iba yo por Fleming raudamente hacia el colegio cuando un agente de prefectura me hace señas para que me detenga. Son esos operativos ridículos, un viernes a las 8 de la mañana. Venir a parar a una señora en un simpático autito amarillo, con dos niñitos sentados en el asiento de atrás, en lugar de ir a buscar ladrones, secuestradores, estafadores, políticos corruptos, etc.
Con la ventanilla baja, sonrisa diplomática, el frescor inusual de la mañana picándome los cachetes, le ofrezco mi licencia y mi cédula verde. Ni el seguro al día ni ninguna otra papeleta me son requeridos.
Cuando doy por sentado que todo está en regla observo que el agente mira hacia el habitáculo del vehículo (ambas esdrújulas).
-“No está permitido circular con zombis”
-…”¿Qué?”
-“No está permitido circular con zombis”
Pálida y muda me quedé mirando de reojo el espejo retrovisor.
El zombi mira fijamente al prefecto al mismo tiempo que sus ojos muertos se encienden en un rojo vivo intermitente que emite ondas hipnóticas imposibles de resistir.
-“Por esta vez vaya señora”
Odio que me digan señora, pienso.
Y otra vez llegamos tarde al colegio.
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