Hace poco tiempo atrás mi hija mayor me
confesó, sentada a mi lado algo que de veras me hizo pensar.
“Cuando sea grande quisiera ser como
Vale”
–Como Vale? Pregunté sorprendida…
“Vale vive sola, es soltera, tiene un
perro…” completó.
Vive sola, es soltera, tiene un perro… y
esas tres cortas sentencias dispararon en mí un montón de sensaciones
encontradas.
Por un lado es bastante lógico que una
pequeña de casi 12 años tome distancia de su madre y comience a identificarse
con adultos jóvenes y exitosos. Eso debería haberme deprimido si lo veía desde
esa óptica, pero se trata de Vale. De la Vale que todos conocemos.
A decir verdad yo también quisiera ser
como Vale. No es que reniegue para nada de los caminos que yo misma elegí transitar.
Quisiera ser como Vale salvo que para empezar me sobran 10 años.
Y Vale es así, un ícono por donde se la
mire. Tiene una pechuga envidiable, es cool para vestirse, vive en un loft, en
un condominio con piscina. Tiene mano para las plantas, conoce el mundo, tuvo
muchos novios, tiene el perro más lindo del mundo… y puede automedicarse!!!!
Pero lo mejor de Vale no es eso. Es su
gran sentido del humor, su sensibilidad por el arte, su inmensa generosidad, su
amor por la naturaleza y su carácter vulnerable.
Tantas cosas atractivas tiene Vale que
entiendo a la perfección por qué mi hija quisiera ser como ella y no tanto como
yo.
Pero hija, no todo lo que brilla es oro,
tengo ganas de contestarle como para achicar un poco la brecha que su fantasía
impone entre nosotras.
Me contengo porque no será oro, pero es
una hermosa joya. Es el dije perfecto en el collar de amigas que me cuelgo
al cuello para sentirme mucho más hermosa. Si ella no estuviera, yo sería fea.
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