jueves, 15 de noviembre de 2018

Un abuelo y una piedra


Mariano es un hombre joven, de treinta y tantos. Aunque es fuerte camina encorvado, mirando fijamente el piso y con su paso apurado parece querer ganarle al tiempo y a la distancia. Lleva en su mano una bolsa de papel y dentro de ella, cosas. Un cuaderno y lápices de colores. Un paquete de bizcochos para que la tarde no sea tan larga. Una revista de tiras cómicas y un par de cosas más sin importancia.
Va apresurado porque no quiere perder el colectivo que lo lleva hasta el hospital donde lo espera Laura, su esposa, que está con Agustín.
Agustín es su hijo del medio, el de 8 años. Está internado hace un par de semanas. Los médicos le dicen que tiene algo raro, pero que va a estar bien, pues es un niño fuerte como un oso y que hay que tener mucha paciencia y sobre todo, nunca perder las esperanzas.  Pero Agustín está triste porque extraña. Extraña a sus hermanos, a su cuarto y a su cama. Extraña sus olores y colores. Extraña el sol en el patio, las mañanas en la escuela, las tardes en casa.
A Agustín lo cuida su mamá por las noches, cuando llega Mariano ella descansa, y luego por la tarde trabaja como cajera en un supermercado chino. Mariano lo acompaña durante el día, él tiene un tallercito donde arregla electrodomésticos y puede manejar sus propios horarios con mayor libertad.
Mariano acelera el paso cuando ve venir el 59 por la avenida. Con la punta de su mocasín patea una piedrita. La piedrita pica contra el cordón y salta. Luego rueda por las baldosas de la vereda hasta detenerse.
Es una mañana fresca en el barrio de Saavedra, pero dicen que va a hacer calor. Ya está entrada la primavera y llegando el mediodía se empiezan a sentir fuerte los rayos de sol.
Don Marcelino se ubicó en su banqueta a la sombra de un toldo en los primeros lugares de la fila del banco. Como es ya su costumbre todos los meses a la fecha de cobrar su jubilación, se va un rato antes que abra el banco para asegurarse ser de los primeros en entrar.  Claro que todos los abuelos hacen lo mismo, y conseguir un buen puesto termina siendo una cuestión de suerte.
Don Marcelino es un hombre mayor. Probó muchas cosas en su vida. Trabajó de mozo, portero en una escuela, y hasta tuvo una calesita. Pero ahora pasa la mayoría de las horas en su casa, con su esposa Emilia. Viven en un PH sobre una calle empedrada y tranquila. Pasan sus horas entre mates y tostadas, limpiando sobre lo limpio, esperando que lleguen las visitas que nunca vienen. Sus tres hijos, sus siete nietos.
A veces suena el teléfono y es su hija, la abogada, que pregunta cómo están. Pero casi siempre todos están demasiado ocupados para acordarse de los abuelos. Los hijos con sus profesiones y sus viajes. Los nietos adolescentes con sus estudios y sus amigos, los más pequeños con su agenda repleta de actividades.
Marcelino pasa sus horas aburrido recordando los momentos de su juventud cuando él también ocupaba su tiempo haciendo y deshaciendo, y regresaba a la noche cansado a la calidez de su hogar.
Ahora, sentado en su banqueta en la vereda del banco, con la mirada perdida, reflexiona, cuando una piedrita, que alguien pateó y rebotó desde el cordón rueda hasta sus pies y se detiene unos centímetros frente a él.
Aburrido y como el tiempo parece no transcurrir, don Marcelino toca la piedrita con la punta de su bastón y la arrastra hacia sí, hasta donde su brazo la puede alcanzar sin demasiado esfuerzo.
La toma entre sus dedos. Es una piedrita redondeada, como un canto rodado, de color anaranjado rojizo. La frota en su pantalón como para quitarle el polvo y devolverle su brillo. La observa desde la palma de su mano, la pesa, la examina y la protege dentro de su puño. En ese momento se abren las puertas del banco, así que don Marcelino se pone de pie y guarda la piedrita en el bolsillo de su chaleco. Pliega su banqueta y con su paso lento avanza en la fila hasta entrar al edificio.
……….
Son las 7 de la tarde, Don Marcelino y doña Emilia están terminando su sopa, apenas conversan entre sí. El volumen del televisor está bastante alto. Los años se llevaron junto con la juventud, el sentido del oído.
Poco queda por hacer en casa de los viejitos a esas horas así que se acuestan temprano. Claro que la gente mayor duerme poco, dicen los que dicen y tienen razón. A Don Marcelino le cuesta dormirse, una o dos horas o tal vez más. Doña Emilia en cambio se duerme más rápido y ronca como un leñador.
Don Marcelino en la penumbra de la noche piensa en lo que fue de su vida y lo que pudo haber sido. Que si fue mozo pero le hubiese gustado ser bombero… que si fue portero pero le hubiese gustado ser astronauta… que si fue calesitero pero le hubiese gustado ser galán de telenovela… Su vida fue larga y las oportunidades no se dieron como hubiera querido o tal vez las eligió mal, quien sabe. Pero el tiempo ya pasó y el es un anciano cansado y aburrido de su vida de hombre normal.
Al cabo de un buen rato de cavilaciones puede conciliar el sueño, pero… Chi chi pío… Chi chi pío… a las 4 de la madrugada empieza el bendito pajarito con su insistente canto y don Marcelino vuelve a despertar.
En ese momento, no sabe muy bien si sueña o está despierto. No es de día todavía pero una tenue luz azulada resplandece en la oscuridad del cuarto. No es una luz fija sino que parece titilar en forma lenta y rítmica. Cuando don Marcelino logra habituar su vista a la oscuridad, toma sus gruesos lentes de la mesa de luz y se los pone. Ahí se da cuenta de que la misteriosa luz proviene de su chaleco, que está prolijamente colgado de una percha de la manijita del placard del cuarto.
Sigilosamente para que doña Emilia, que sigue roncando de lo lindo, no se despierte, se levanta y camina hacia donde proviene la luz. Sin temor mete la mano en el bolsillo y ahí está la piedrita que él mismo recogió esa mañana y que con el correr de las horas del día, olvidó por completo.
En silencio se sienta en el ángulo de la cama. Sostiene la piedra en su mano, la observa. En la quietud de la noche no tarda en darse cuenta que el débil parpadeo de luz que viene de la piedra se enciende al compás de los latidos de su corazón. Lento pero firme y cadencioso. En ese momento le parece, cree, está seguro, que escucha una voz. Es una voz suave y femenina en su oído. Es raro, porque Don Marcelino está un poco sordo. ¿Será su imaginación? ¿Se estará volviendo loco?
-Si no hubieses sido mozo hubieras sido… -susurró la dulce voz en su oído.
-Músico de Jazz. Responde don Marcelino, hablándose a sí mismo como si efectivamente hubiese perdido la razón.
E inmediatamente y como por arte de magia se encuentra en un inmenso salón, bullicioso, iluminado, con un piso brillante de lustre y cientos de parejas bailando alocadas, girando sobre sí mismas y formando círculos alrededor de la pista de baile. Suena como loco el piano, arden las cuerdas del contrabajo y vibran intensamente los platillos haciendo que la música llene por completo el lugar. Él mismo, Marcelino empuña su trompeta, deslumbrante el brillo del bronce, mira la partitura y reconoce todas las notas, como si un velo que ocultaba un lenguaje desconocido se hubiese corrido y de golpe pudiera comprender perfectamente el idioma de la música.
Toma aire de sus jóvenes pulmones y quiere soltar sus primeros acordes pero… falta el Do. Está el re, el mi, el fa y el sol, pero falta el Do. ¡Y sin el Do no hay melodía! Sin el Do el jazz no es jazz la música no es música sino un ruido molesto, insoportable… La gente en el salón de baile se detiene. Todos miran a Marcelino acusándolo y queriéndolo castigar con la mirada por semejante atentado contra el arte musical.
En ese instante un cosquilleo en la palma de la mano devuelve a Don Marcelino a la oscuridad de su cuarto.
El anciano está desconcertado, no entiende muy bien si lo que pasó fue un sueño, una pesadilla o producto de su imaginación, pero cuando se está haciendo todas esas preguntas la luz de la pequeña piedrita se torna de color amarillo.
Nuevamente la suave voz susurra en su oído. Esta vez no puedo estar soñando, se dice para sí mismo. Y la voz esta vez le dice:
-Si no hubieses sido portero hubieses sido…
-Boxeador. Campeón mundial de box… Dijo don Marcelino muy convencido y confiando que esta vez su suerte sería muy distinta y podría cambiar el destino de su aburrida existencia.
Y al momento se encuentra en un cuadrilátero. Centenares de personas alentando a los contendientes, luchadores osados. Él mismo, un Marcelino joven y musculoso, en un ángulo del ring, terminando de acomodar sus guantes, y en el banquillo del rincón opuesto su temible contrincante, un hombre de piel morena y brillante, mirada de temer, pero no para él un entrenado y ágil pugilista a punto de consagrarse campeón mundial del título…
Suena la campana que da inicio al primer round y los luchadores se ponen de pie, el árbitro les recuerda algo que ellos ya saben muy bien: -Nada de golpes por debajo del cinturón…-
Sólo que hay un pequeño detalle. Marcelino le llega apenas por encima del ombligo a su oponente. O Marcelino es muy petiso o el morocho es un gigante. Lo que sí es seguro es que cualquier golpe que Marcelino pueda asestar, va a ser inválido por llegar debajo del cinturón, y por el contrario cualquier golpe del otro boxeador va a ir directo a la cabeza del pobre Marcelino. Dicho y hecho. Al primer gancho Marcelino cae hacia atrás, sólo que en lugar de caer en la lona del ring, cae sobre el suave colchón de su propia cama.
Aturdido y sin comprender muy bien lo sucedido don Marcelino se incorpora, comprueba que la piedra es real, que sigue en su mano y esta vez con miedo la cierra con fuerza. No está seguro de querer seguir con esta extraña aventura.
A través de sus dedos apretados puede ver sin embargo que la luz titilante de la piedra se torna roja.
-Esta vez dejame a mí Marcelino. –musita la voz imperceptible.
Don Marcelino cierra los ojos y se deja llevar donde la piedra desea esta vez.
-Si no hubieses sido calesitero…
…………………
Pasan unos minutos, tal vez unas horas. Un rato después del amanecer se despiertan don Marcelino y doña Emilia, tempranito como todos los viejitos.
Don Marcelino se siente lleno de energía y con una alegría especial. Se viste y toma su café con leche con trozos de pan embebidos como todas las mañanas.
-Está fresco, ponete el chaleco- le dice doña Emilia que todavía lo quiere como lo quiso siempre.
Don Marcelino se calza su gorra y sale. Esta vez no lleva su banqueta plegable porque no va al banco. Camina unas cuadras con su paso tranquilo y llega a la avenida. Deja pasar un colectivo que viene lleno y luego hace señas al 59.
Al cabo de un rato baja y camina unos pasos. El colectivo lo dejó casi en la puerta del hospital. Sube por la rampa que bordea de costado las escaleras de mármol. -Dios bendiga al que inventó las rampas, -piensa.
Al entrar al hospital debe recorrer varios pasillos hasta llegar al umbral de una puerta vaivén de donde sale una enfermera regordeta que con una sonrisa le dice: -Buenos días Don Marcelino, lo estábamos esperando.
Antes de entrar por la puerta don Marcelino busca en el bolsillo de su chaleco y la saca.
No, no es la piedrita de la luz roja, ya no lo es más. Es algo redondo y rojo. Sí, una nariz de goma de color rojo vibrante.
Don Marcelino atraviesa la puerta y ahí está Mariano, a su lado, en la cama un niño, Agustín.
-¡Hola! Soy Marcelino, payaso de hospital… Y a Agustín se le dibuja una gran sonrisa.

martes, 30 de octubre de 2018

No soy yo, es Plutón


Plutón aparece en oposición a Venus, el conflicto se contrapone al amor y parece que esa oleada viene para rato me dice una amiga que sabe de eso que yo desconozco y hasta diría que descreo, sin embargo me aferro a esa sentencia de conflicto vs. amor, Venus vs. Plutón y quedo enmarañada en esa madeja incomprensible tratando de sacármela de encima.
El día de la madre me enojo con mis hijos. Sin entrar en detalles menores pero termino decepcionada y no por un regalo precisamente.
Días después discuto con mi novio por tema que no viene al caso. A lo mejor no es tan serio pero me duele y me abre viejas heridas al parecer no tan bien cicatrizadas.
Ahí nomás me doy cuenta de que tengo que parar (diría Miguel Mateos) y mirar un poco hacia adentro, empezar a valorarme más, imponerme la obligación de darme mi lugar.
Acto seguido entro en conflicto con el grupo de madres de whatsapp “A” por el exceso de información y de desinformación a la vez, sí, no tiene sentido pero es así.
A continuación me salgo de un portazo del grupo de madres de whatsapp “B” por no poder tolerar (delgado umbral el mío)  la mezquindad? la hipocresía? apatía? incongruencia? Quedan sólo 17 días hábiles para terminar las clases a lo mejor en el interín encuentro el sustantivo correcto.
Durante varios instantes del día me zafo del límite de la violencia verbal por no poder soportar entre otras cosas que me manden por enésima vez el audio de la señora hablándole a los choripaneros. Una boba que opina por Instagram que el arte de los payasos es menos válido porque no son personas comunes que hacen reír.  Y otro que se queja por Facebook de que su trabajo en negro no le cubre un accidente laboral, como si pretendiera meter los dedos en el enchufe y que no se le rice el pelo. Qué pocas pulgas que tengo, por Dios.
Me agarra la lluvia y me mojo de pe a pa porque le cedo mi campera a mi hija que tiene que viajar a inglés en colectivo, no me quejo, es lo que cualquier madre haría, excepto las que les molesta preparar las meriendas de sus hijos. Llego a la noche exhausta de no dar más.
Tengo casi 50. No quieran convencerme de pensar así o asá. Lo que está torcido no se puede enderezar. Escucho y callo, no quiero convencer a nadie. Me cago en las brechas. Me voy de los lugares que no me suman. Me junto con gente que me hace bien. Deseo ser consecuente con mis creencias. El mundo va para lados inusitados. Y yo estoy aquí observando como todo pasa. A veces como hoy pifio, pero no soy yo, es Plutón que hoy le metió 7 golazos a Venus. Si no pregúntenle a Ana o a Ceci, que saben. Yo mejor me voy a dormir. Buenas noches.

martes, 16 de octubre de 2018

Qué bonita vecindad

El vecino del 4to es un hombre joven. Tiene dos hijitas, mellizas ellas. Las nenas son bonitas, menuditas, simpáticas. El pibe, el padre digo, es un caso estrafalario. Es el tipo buena onda tipo Ned Flanders, buena onda dije? siempre amable, siempre presente… muy presente. No tengo idea de a qué se dedica pero se lo puede escuchar todas las tardes, jugando con sus hijas. Todo muy lindo hasta que estás cabeceando una siesta o concentrado en un laburo (días hábiles y/o festivos de guardar) y te despabila de un piedrazo con su voz estridente. Es muy parlanchín, muy entrador… demasiado para mi gusto y se la pasa hablando en altoparlante en la parte exterior de mi ventana en un dialecto que usa tutú, wawau, pepé, y otras balbuceadas que no me interesan revivir.

La vecina del 3ro es una señora con todas las letras. Su hogar le hace sombra a las publicidades de productos de limpieza. Ni una partícula fuera de lugar, ni una telaraña, lo que pone en total evidencia mi ineptitud absoluta como ama de mi propia casa. Los otros días cayó un patrullero y por no encontrar el timbre hicieron las correspondientes palmas a las que yo, por estar al pedo y más cerca de la puerta acudí instantáneamente. Se trataba al parecer de una denuncia por violencia de género, la que alarmada desconocí porque en casa por ahora hay muchas cosas raras pero no hay ni violencia, ni siquiera género, así que deduje con grandes vacilaciones que podría tratarse de la vecina antes mencionada y con ella derivé a los efectivos de la fuerza. Dicen los chicos –me refiero a mis menores- que el señor de la casa está preso, yo lo tomo como de quien viene, y atribuyo tamaña ocurrencia a la fantasía de dos criaturas que a Dios gracias todavía gozan de gran candidez.

El del 1ro es un hombre solitario en estado de segunda soltería por elección, vive en un hermoso caos muy parecido al mío. Es un tipo muy buena onda y solemos hacernos favores de los que se pueden contar a cambio de una lata de cerveza y unos maníes. Ambos guardamos secretos mutuos que sabemos que jamás verán la luz y es lo que como vecinos nos mantiene en buena relación.

Los de al lado son un caso más complejo. Una familia muy a la italiana, hermanos, cuñados, tíos, futuros nietos y perros entran y salen sin saber muy bien quién es de aquí y quien de allá. Los otros días me toca el timbre un muchacho preguntándome si yo conocía a la pedicura que trabajaba en la peluquería de al lado. La verdad es que yo no conozco a nadie, soy bastante poco sociable si no tengo ganas, luego me enteré que el pibe le había perdido el rastro porque el pobre peluquero había pasado a mejor vida hace unas cuantas semanas. Ayer, estaba yo trabajando en silencio concentrada cuando comencé a escuchar una fuerte discusión donde una acusaba de chorra a la otra y en breves momentos se acercaban dos efectivos policiales (otra vez) a intervenir en el asunto. Parece que la viuda del estilista se debatía con la ex acerca de no sé que documentación guardada en el local, o tal vez algún cepillo de brushing. Un típico caso de riña familiar con un occiso en pleno proceso de enfriamiento.

A la del 2do la conozco de vista. Es una mina de mediana edad (o veterana que aparenta menos) que vive con sus dos hijos. Parece que trabaja en su casa, no se sabe muy bien a qué se dedica pero de vez en cuando recibe clientes. Se la pasa entrando y saliendo con los dos hijos, sube y baja de su auto más de 5 veces por día. Del marido se sabe poco y nada. Hace ya un par de años que no se lo ve más por el barrio, salvo en una ocasión, que dicen lo vieron
 salir de una enorme caja de cartón para sorpresa las criaturas. De ahí que se puede deducir que sigue con vida. Dan un poco de pena. Nunca nadie se atrevió a preguntarles qué les pasó. Tienen un perrito blanco muy simpático al que pasean casi siempre a altas horas de la noche. Y la extraña mujer tiene también exóticas costumbres como escribir frases y dibujos en pizarras, entrar y salir con muñecos gigantes y objetos estrafalarios. Son realmente, la rareza de la cuadra.

Podría hablar del vecino juez, del loco de las alarmas que se la pasa calzado por no decir alzado, de los muchachos de la garita. Podría hablar muchas cosas de la gente de esta cuadra, gente de la cual no conozco nada y la mayoría me lo imagino.

La única persona normal del barrio creo que soy yo. Nada fuera de lo que se pueda esperar. Igual prefiero pensar que somos únicos, que somos especiales en esta bonita vecindad.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Hay una fuga en la sala.

El sábado a la tarde, luego de un día intenso de actividades con los chicos dije, bueno, ahora me toca a mí… Así que me cambié, me arreglé un poco, sólo un poco, subí con los chicos al auto rumbo al York. Había leído que había función de Last Call, de Gabriel Chame Buendía, y era mi oportunidad de verlo sin pagar, como siempre.

Llegamos una hora antes, como decía la convocatoria para retirar las entradas. No había mucha gente, pero la espera se hizo tediosa. Mis dos hijos aburridos, impacientes, preadolescentes. Si bien no es un espectáculo para niños me llamó la atención ser la única "desubicada" que asistía con dos menores de edad. Pero mis hijos están acostumbrados a acompañar a su madre a los lugares menos ortodoxos...

Qué público tan cool, alcance a balbucear, y no porque el prestigioso clown no lo mereciera, pero había algo en el ambiente que no me cerraba.

Cuando dieron sala mi hijo menor corrió directo a la primera fila. Le dije con buen tino, "No! No hagas eso!" No sólo porque no se ve del todo bien desde tan cerca, sino que tengo un mal presentimiento acerca de esto (citando al célebre Han Solo).

Alcanzó el crío a acomodarse al lado mío en la fila 3, al centro, cuando la presentadora anunció de qué la iba el evento de la noche.

Al instante me di cuenta de todo. No era 15 de septiembre. Era 8 ese sábado y faltaba exactamente una semana para la obra que yo tanto ansiaba ver.

Lo de esa noche era una entrega de premios a directores de fotografía de cine... Una entrega de premios por películas que jamás había visto ni vería en mi vida... Todo muy lindo pero, no.

Comenzaron los agradecimientos y mi mente a discurrir pensando en como hacía para ponerme de pie y retirarme con mis dos pibes de la fila 3 al centro, antes de la entrega del premio a la primera mención especial... sin que parezca un papelón, o un acto sin sentido.

La mina se come una espera de una hora y se toma el palo a los 7 minutos de empezado el evento.

Hice de tripa corazón agarré a los chicos de la mano y me fui caminando de costado, como un egipcio. Salimos raudamente cual bomberos de emergencia. Sin mirar atrás por miedo a convertirnos en sal.

El sábado 15 no vayan al York. No vale la pena. Y si aun con curiosidad ven a una señora con dos niños con cara de aburridos. Hagan de cuenta que no saben nada de esto que les conté.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Especialista en slalom



A la mañana ya no pongo las noticias, ni siquiera pongo música. Permanezco en silencio con los sonidos del ambiente que se cuelan por los muros. Autos que pasan, obra en construcción, vecino que corta el pasto. Cada uno en su rutina desde temprano. Este frío de agosto, cuando se disipará… El perro duerme hecho un ovillito entre mis piernas y el calefactor. Y yo aprovecho esos minutos de tensa calma antes de empezar con mi trabajo.
Soy una especialista en Slalom, eso es lo que soy. Todos lo somos. Imagino una montaña nevada, muy empinada, repleta de escollos. Piedras, árboles y troncos.
A las 7.30 de la mañana asomo por primera vez mi naríz al frío y enfrento un nuevo día. Y como un esquiador clavo mi bastón con firmeza en la nieve para darme impulso y dejarme llevar por el declive de la montaña.
Cada día me despierto pensando: estoy cansada… Vivimos para comer, trabajamos para pagar cuentas… No es así como deberían ser las cosas.
La pendiente se empieza a hacer aguda cuando abro mi casilla de mails mientras me tomo un café con leche y edulcorante. Pedidos, favores, vencimientos, lo de siempre… “maldito deadline” pienso, mientras contesto el primer llamado laboral de la mañana.
No tarda en presentarse el primer obstáculo, con un movimiento brusco y reflejos despiertos lo esquivo sin mayor dificultad.
Otros esquiadores van pasando a mi lado, no estoy sola, somos muchos los que gracias a la cintura bajamos en zigzag esquivando los conflictos del día. Y no son pocos los problemas que se presentan, pero estamos acostumbrados, porque, qué somos? Especialistas en slalom.
Allá abajo, muy lejos por ser esta hora del día, se ven luces. La base de la montaña. Ahí donde me espera el calor de mi refugio. Mis afectos, mis olores y sabores… Ahí abajo, parece distante pero la velocidad hace que la distancia se acorte en poco tiempo. Debe ser alguna regla de la física, pienso. Y mientras pienso me distraigo. Es una fracción de segundo.  Oigo la voz de un esquiador que me dice: Cuidado con ese árbol!
Qué ar…?

lunes, 13 de agosto de 2018

Castas pero no santas



En las colonias españolas allá por el siglo XVI existían las denominadas “castas”, que lejos estaban de la castidad pues se referían a una clasificación social por cruza de etnias (o sea, había sexo de por medio) y a la que se pertenecía por línea de nacimiento. De ahí provienen términos tan insólitos como: “Tente en el aire”,  “Noteentiendo” o “Tornatrás”. Si hasta ahora sólo conocías el término “mestizo” o “mulato” que rotulaba a las cruzas entre español con india o español con mora…  enterate que la segmentación por castas es mucho mas rica y extensa, al punto de que uno se pierde en el laberinto y necesita más que una brújula para salir del embrollo del asunto.
Nombres como Gíbaro, Chino, Albarazado, Canbujo, Sanbaigo, Salta atrás, Lobo o Calpamulato, quedaron fuera de nuestro lenguaje y de nuestras vidas tanto que por su sola fonación no podemos darnos ni idea de a qué se refieren.
Pero el siglo 21, también tenemos nuestro régimen de castas. Por supuesto como sus antecesoras carecen absolutamente de castidad y también de lógica, al mismo tiempo que encierran una confusión difícil de ser explicada. Con un poco de suerte podemos echar luz al vasto mundo de las castas del día moderno.
Cuando eras chico y conocías a alguien te preguntaban de qué cuadro eras, cuando eras más grande y se te querían acercar la pregunta era por tu signo del zodíaco. Hoy la clasificación es tan amplia y diferente que tu condición según esta clasificación, puede ser propicia para compartir un café o más vale salir corriendo lo antes posible. Como diría Karina Olga al respecto, lo dejo a tu criterio. Acá va un listado a vuelo de pájaro de las castas modelo siglo 21, pero podés agregar las que se te ocurran,
Feminazi, Machirulo, Globoludo, Konchuda, Choriplanero, Chupasirio, Gorila, Golpista, Piquetero, LGTBI, Peroncho, Concheto, Villero, Hippie con osde, Gamer, Progre, Empresario, Co-worker, Co-houser, Youtuber, Entrepreneur, Influencer, Fan de Chivo, Fan de Ford, Boludo alegre, Boludo triste, Blogger, (como yo), etc, etc, etc.

Carlota, Plastilina y otras cosas más

  Hola a todos!. Hace mil que no muevo esta página y no por que no haya hecho nada durante todo este tiempo. Hoy les quiero contar que en mi...