Un
cocodrilo llamado Ernesto quería ser actor. Todas las mañanas se paraba frente
al espejo declamando y ensayando gestos y poses estrafalarias. Buscaba de cara
a la luz su perfil más favorito.
Participaba
en cuanto acto escolar pudiera y aunque le tocara el rol de árbol lo realizaba
con la más profunda vocación.
El
cocodrilo Ernesto sabía todo sobre el mundo del espectáculo. Sabía que el show
debe continuar. Que el color amarillo atraía la mala vibra. Y que “rompete una
pierna” significaba todo lo contrario.
Ernesto
soñaba con las tablas y despertaba con aplausos. Pero claro, “a veces no se
trata de talento sino de suerte”, pensaba. Y con ese pensamiento se desanimó, y
tiernamente se puso a llorar.
En
ese momento pasaba a su lado un representante de artistas que al verlo se
conmovió profundamente y dijo: “¡Lágrimas de cocodrilo!”. Lo llevó consigo y le
consiguió un contrato, convirtiendo a Ernesto en el primer cocodrilo galán de
telenovelas.
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